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besos regresos nupciales y confieso que sin com»probar agitación insólita alguna, fuera de los casos en que se trataba de una joven reina sa»lida de un enjambre y que representaba la única esperanza de la ciudad recientemente fun»dada y todavía desierta. Entonces todas las tra»bajadoras, enajenadas, se precipitan á su en»cuentro. Pero, por lo común, y aunque el peli»gro que corre el porvenir de la nación sea á menudo muy grande, parece como que lo olvi»daran. Todo lo habían previsto hasta el instan»te en que permitieron la matanza de las reinas rivales. Pero, llegadas ahí, su instinto se de»tiene; en su prudencia aparece una laguna. Se las diría, pues, indiferentes. Alzan la cabeza, preconocen quizá el mortífero testimonio de la »fecundación, pero, todavía recelosas, no manifiestan la alegría que nuestra imaginación aguardaba. Positivas y lentas para la ilusión, esperan probablemente otras pruebas antes de pregocijarse. No hay razón para tratar de hacer más lógicos y de humanizar hasta el extremo á esos pequeños seres tan diferentes de nosotros. Con las abejas, como con los demás animales que llevan consigo un reflejo de nuestra inteligencia, rara vez se arriba á resultados tan precisos como los que se describen en los libros.

Demasiadas circunstancias permanecen desconocidas. ¿Por qué mostrarlas más perfectas de lo que son, diciendo lo que no es? Si algunos consideran que serían más interesantes si fuesen iguales á nosotros, es porque todavía no se forman una idea exacta de lo que debe despertar