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>cantador en que se ve como en la Psyché de Corneille, «canastillos de follaje sostenidos por »términos dorados, el rebaño que pace y el pas»tor dormido, las últimas casas de la aldea, el » Océano vislumbrado entre los árboles, todo se »inclina ó se yergue, todo se adorna ó se desnu»da antes de entrar en nosotros, de acuerdo con »la pequeña señal que le hace nuestra elección.

Aprendamos á elegir la apariencia. En el ocaso de una vida en que tanto he buscado la verdad Den detalle y la causa física, comienzo á amar, »no lo que aleja de ellas, sino lo que las precede »y sobre todo lo que las ultrapasa un poco.» Habíamos llegado á lo alto de una meseta de la comarca de Caux, en Normandía, ondulada y flexible como un parque inglés, pero un parque natural y sin límites. Aquel es uno de los escasos puntos del globo en que la campiña se ostenta completamente sana, de un verde sin desfallecimiento. Algo más al Norte, la aspereza la amenaza; algo más al Sur, el sol la fatiga y la tuesta. Al extremo de un llano que se extendía hasta el mar, varios campesinos levantaban una hacina.

—Mire usted—me dijo,—vistos desde aquí, esos campesinos son hermosos. Están construyendo algo tan sencillo y tan importante, que es, por excelencia, el monumento feliz y casi invariable de la vida humana que se fija: una hacina de trigo. La distancia, el aire de la tarde, hacen de sus gritos de alegría una especie de cántico sin palabras que contesta al noble cántico del follaje que habla sobre nuestras ca-