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»viejos, tienen los vicios comunes al campesino. Son brutales, hipócritas, mentirosos, rapa»ces, maldicientes, desconfiados, envidiosos, inclinados á las pequeñas ganancias ilícitas, á las »bajas interpretaciones, á la adulación al más »fuerte. La necesidad los reune y los obliga á »ayudarse, pero el secreto anhelo de todos es ha»cerse mutuo daño, apenas puedan hacérselo »sin peligro. La desgracia ajena es el único pla»cer serio de la aldea. Un gran infortunio es en Della objeto, largo tiempo acariciado, de cazurra delectación. Se espían, se celan, se desprecian, »se detestan. Mientras son pobres, alimentan » contra la dureza y la avaricia de sus amos un Dodio reconcentrado y terrible, y apenas tienen »criados á su vez, aprovechan la experiencia de »la servidumbre para sobrepasar la dureza y la Davaricia de que fueron víctimas.

Podría presentar el detalle de las mezquin»dades, trapacerías, tiranías, injusticias, renco»res que animan este trabajo bañado de espacio »y de paz. No crea usted que la vista de este cie»lo admirable, del mar que tiende detrás de la »iglesia otro cielo más sensible que fluye sobre »la tierra como un gran espejo de conciencia y »de sabiduría, no crea usted que todo eso los en> sanche y los eleve. Nunca lo han mirado. Na»da conmueve ni conduce sus pensamientos, »fuera de tres ó cuatro temores circunscriptos:

»temor al hambre, temor á la fuerza, á la opi»nión y la ley, y en la hora de la muerte, el te»rror del infierno. Para demostrar lo que son, »habría que tomarlos uno por uno. Mire usted