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sentido es excelente y necesario en el fondo de nuestro espíritu, pero con la condición de que lo vigile una inquietud elevada, y le recuerde en caso necesario lo infinito de su ignorancia; de otro modo no es más que la rutina de las partes inferiores de nuestra inteligencia. Pero las mismas abejas han contestado á la objeción de Kirby y Spence. Apenas se había formulado, cuando otro naturalista, Andrew Knight, que había untado con una especie de barniz hecho de cera y trementina la cortéza enferma de ciertos árboles, observó que sus abejas renunciaban por completo á cosechar propóleos y no hacían uso sino de aquella materia desconocida, pero inmediatamente probada y adoptada, que hallaban lista ya y en abundancia en los alrededores de su mansión.

Por lo demás, la mitad de la ciencia y la práctica apícolas es el arte de dar alas al espíritu de iniciativa de la abeja, procurar á su inteligencia emprendedora la oportunidad de ejercer hacer verdaderos descubrimientos, verdaderas invenciones. Así, cuando el polen escasea en las flores, y para cooperar á la cría de las larvas y las ninfas que lo consumen en cantidad enorme, los apicultores esparcen harina en las cercanías de la colmena. Es evidente que en el estado natural, en el seno de sus bosques natales o de los valles asiáticos, en que probablemente on la luz en época terciaria, las abejas no encontraron substancia alguna de ese género. No obstante, si se ha cuidado de «cebar» algunas, poniéndolas sobre la harina esparcida, VIDA DE LAS ABEJAS .—15