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ran solamente el fondo de su instinto, se limitarían á construir sus panales al aire libre. En las Indias, la Apis Dorsata no busca ávidamente los árboles huecos ó las grietas de las rocas. El enjambre se cuelga de la horquilla de una rama, y el panal se alarga, la reina pone, las provisiones se acumulan sin otro abrigo que los cuerpos mismos de las obreras. A veces se ha visto que nuestra abeja septentrional, engañada por un verano muy suave, volvía á ese instinto, y se han encontrado enjambres que vivían de esa manera, al aire libre, en medio de un matorral. (1) Pero, hasta en las Indias, esta costumbre que parece innata, tiene enojosas consecuencias. Inmoviliza un número tal de obreras, únicamente ocupadas en mantener el calor necesario en torno de las que trabajan la cera y de las que crían los huevecillos, que la Apis Dorsata suspendida de las ramas, no construye más que un solo panal. Por el contrario, el menor abrigo le permite edificar cuatro, cinco y aun más, y refuerza pro(1) El caso es bastante frecuente entre los enjambres secundarios y terciarios porque son menos experimentados y menos prudentes que el enjambre primario; llevan á su cabeza una reina virgen y bersátil, y están casi enteramente compuestos de abejas muy jóvenes en quienes el primitivo instinto habla tanto más alto cuanto que todavía ignoran los caprichos y el rigor de nuestro bárbaro cielo. Por lo demás, ninguno de esos enjambres sobrevive á los primeros cierzos del otoño, y van á reunirse con las innumerables víctimas de los lentos y obscuros experimentos de la Naturaleza.

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