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podido hacer sobre la fuerza oculta que nos conduce, y es mucho en un mundo en que nuestro primer deber es la confianza en la vida, aun cuando no se descubriera en ella ninguna claridad alentadora, y mientras no haya una certidumbre contraria.

Sé todo lo que se puede decir contra la teoría del transformismo. Tiene pruebas numerosas y argumentos muy poderosos, pero que, en rigor, no producen la convicción. No hay que entregarse nunca sin reservas á las verdades de la época en que se vive. Puede que dentro de cien años muchos capítulos de nuestros libros que están impregnados de ésta, parecerán envejecidos como lo están hoy las obras de los filósofos del siglo pasado, llenas de un hombre demasiado perfecto y que no existe, tantas páginas del siglo XVII empequeñecidas por la idea del dios rígido y mezquino de la tradición católica, deformada por tantas vanidades y mentiras. No obstante, cuando no se puede saber la verdad de una cosa, bueno es aceptar la hipótesis que, en el instante en que la casualidad nos hace nacer, se impone más imperiosamente á la razón.

Podría asegurarse que es falsa, pero mientras se la cree verdadera es útil, reanima los ánimas é impulsa las investigaciones en una nueva dirección. Para reemplazar estas suposiciones ingeniosas parecería á primera vista más sensato decir sencillamente la verdad profunda que no se sabe. Pero esa verdad sólo sería benéfica si estuviera probado que no se sabrá jamás. Entretanto nos mantendría en una in-