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movilidad más funesta que las más enfadosas ilusiones. Estamos hechos de tal modo que nada nos arrastra más lejos ni á mayor altura que los saltos de nuestros errores. Lo poco que hemos aprendido lo debemos en el fondo á hipótesis siempre aventuradas, á menudo absurdas, y en su mayor parte menos circunspectas que la de hoy en día. Quizá fueran insensatas, pero mantuvieron el ardor de la investigación. Si el que vigila el fuego de la posada humana es ciego ó muy viejo, ¿qué le importa al viajero que tiene frío y que va á sentarse á su lado? Si el fuego no se ha apagado bajo su vigilancia, ha hecho lo que pudiera haber hecho el mejor. Transmitamos ese ardor, no sólo intacto sino acrecido, y nada puede aumentarlo mejor que esta hipótesis del transformismo que nos obliga á interrogar con método más severo y pasión más constante todo cuanto existe sobre la tierra, en sus entrañas, en las profundidades del mar y en la extensión del cielo. ¿Qué se le opone, y qué se pondrá en su lugar si la rechazamos? La gran confesión de la ignorancia sapiente que se conoce pero que por lo común está inactiva y desalienta la curiosidad, más necesaria para el hombre que la sabiduría misma, ó bien la hipótesis de la fijeza de las especies y de la creación divina, que está menos demostrada que la nuestra, que aleja para siempre las partes vivas del problema y se liberta de lo inexplicable, prohibiéndose interrogarlo.

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