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VIII

Esta mañana de abril, en medio del jardín que renace bajo un divino rocío verde, ante los acirates de rosas y de trémulas prímulas circundadas de tlaspe blanco, que también se llama aliso ó canastilla de plata, he vuelto á ver las silvestres abejas abuelas de la que está sometida á nuestros deseos, y he recordado las lecciones del viejo aficionado de la colmena de Zelanda. Más de una vez me hizo pasear entre los cuadros multicolores, dibujados y cuidados como en tiempos del padre Cats, el buen poeta holandés, prosaico é inagotable. Formaban rosáceas, estrellas, guirnaldas, pendientes y girándulas al pie de un oxiacanto ó de un árbol frutal podado en forma de bola, de huso, ó de pirámide, y el boj, vigilante como un perro de pastor, corría á lo largo de los bordes, para impedir que las flores invadieran los caminos. Aprendí allí el nombre y las costumbres de las independientes recolectoras que no miramos jamás, tomándolas por moscas vulgares, avispas malhechoras ó estúpidos coleópteros. Y, sin embargo, cada una de ellas lleva, bajo el doble par de alas que la caracteriza en el país de los insectos, un plan de vida, los útiles y la idea de un destino diferente y á menudo maravilloso. He aquí, en primer lugar, las parientas más próximas de