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todo en la colmena sea irreprochable. Una obra maestra, la celda exagonal, alcanza en ella, desde todos los puntos de vista, la perfección absoluta, y todos los genios reunidos no la podrían mejorar en nada. Ningún ser viviente, ni el hombre mismo, ha realizado en el centro de su esfera lo que la abeja en la suya; y si alguna inteligencia extraña á nuestro globo viniera á pedir á la tierra el objeto más perfecto de la lógica de la vida, sería necesario presentarle el humilde panal de miel.

Pero todo no es igual á esa obra maestra. Ya hemos notado al pasar algunas faltas y algunos errores, á veces evidentes, á veces misteriosos:

la superabundancia y la ociosidad ruinosas de los machos, la partenogénesis, los riesgos del vuelo nupcial, la excesiva enjambrazón, la carencia de piedad, el sacrificio casi monstruoso del individuo á la sociedad. Agreguemos á esto una propensión extraña á almacenar enormes cantidades de polen, que no utilizadas se ponen rancias, se endurecen, atestan inútilmente los panales, el largo interregno estéril que media entre la primer enjambrazón y la fecundación de la segunda reina, etc., etc.

De todas estas faltas, la más grave, la que en nuestros climas es casi siempre fatal, es la repetida enjambrazón. Pero no olvidemos que, á este respecto, y desde hace millares de años, la selección natural de la abeja doméstica, es contrariada por el hombre. Desde el Egipto del tiempo de los Faraones hasta nuestros campesinos de hoy, el criador ha obrado siempre con!

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