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é injusto de la organización del trabajo en una tribu de seres que, en otros puntos, nos parecerían dotados de una razón eminente. Veríamos la superficie de la tierra, única fuente de toda la vida común, penosa é insuficientemente cultivada por dos o tres décimos de la población total; otro décimo, completamente ocioso, absorbiendo la mejor parte de los productos de ese primer trabajo; los otros siete décimos, condenados á una semihambre perpetua, extenuándose sin tregua en esfuerzos extraños y estériles, de que no aprovechan jamás, y que sólo parecen servir para hacer más complicada é inexplicable la vida de los ociosos. Deduciríamos de ello que la razón y el sentido moral de esos seres pertenecen á un mundo completamente distinto del nuestro, y que obedecen á principios que no debemos abrigar la esperanza de comprender.

Pero no llevemos más lejos esta revista de nuestras faltas. Están, por otra parte, siempre presentes á nuestro espíritu. Verdad que hacen bien poco con su presencia. Sólo de siglo en siglo se levanta una de ellas, sacude el sueño un instante, lanza un grito de estupor, estira el dolorido brazo que sostenía la cabeza, cambia de postura, y vuelve á dormirse hasta que un nuevo dolor, nacido de las taciturnas fatigas del reposo, la despierte otra vez.