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XVII

ó Una vez admitida la evolución de los Apidos, por lo menos la de los Apinos, puesto que es más verosímil que su fijeza, ¿cuál es la dirección constante y general de esa evolución? Parece seguir la misma curva que la nuestra. Tiende visiblemente á aminorar el esfuerzo, la inseguridad, la miseria, á aumentar el bienestar, las probabilidades avorables y la autoridad de la especie. Para alcanzar este fin no vacila en sacrificar el individuo, compensando con la fuerza y la felicidad comunes, la independencia, por otra parte ilusoria y desgraciada, de la soledad.

Se diría que la Naturaleza considera, como Pericles en Tucídides, que los individuos, aun cuando sufran, son más felices en el seno de una ciudad cuya asamblea prospera, que cuando el individuo prospera y el Estado decae. Protege al esclavo laborioso en la ciudad poderosa, y abandona á los enemigos sin forma y sin nom— bre, que habitan todos los minutos del tiempo y todas las anfractuosidades del espacio, al pasajero sin deberes en la asociación precaria. No es esta la oportunidad de discutir este pensamiento de la Naturaleza ni de preguntarse si el hombre lo sigue, pero es seguro que en todas aquellas partes donde la masa infinita nos permite sorprender la apariencia de una idea, la