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frecito de. vidrio encerraba una actividad sin ejemplo, un número infinito de leyes sabias, una asombrosa suma de genio, de misterios, de experiencia, de cálculo, de ciencia, de certidumbre, de hábitos inteligentes, de sentimientos y de virtudes extrañas. No descubre en ella más que un confuso montón de pequeñas bayas rojizas, bastante parecidas á los granos de café tostado, ó á pasas de uva aglomeradas sobre los vidrios. Esas pobres bayas están más muertas que vivas, se trasladan con movimientos lentos, incoherentes é incomprensibles. No reconoce las admirables gotas de luz que un momento antes se volcaban y salpicaban sin tregua en el hálito animado, lleno de perlas y de oro, de mil abiertos cálices.

Tiritan en las tinieblas. Se sofocan en una muchedumbre transida; se diría que son prisioneras enfermas ó reinas destronadas que no tuvieron más que un segundo de brillo entre las flores iluminadas del jardín, para volver en seguida á la miseria vergonzosa de su taciturna y repleta morada.

Sucede con ellas lo que con todas las realidades profundas. Hay que aprender á observarlas. Un habitante de otro planeta que viera á los hombres yendo y viniendo casi insensitas de una salida exterior, en un salón, una biblioteca, etc. Las abejas que habitan la que se encuentra en París, en mi gabinete de trabajo, cosechan en el desierto de piedra de la gran ciudad con qué vivir y prosperar.