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abundantes del verano, tolera, como que entre ellos elegirá su amante la reina que va á nacer, la presencia incómoda de trescientos ó cuatrocientos machos aturdidos, desmañados, inútilmente atareados, pretenciosos, total y escandalosamente holgazanes, ruidosos, glotones, groseros, sucios, insaciables, enormes. Pero cuando la reina está fecundada, cuando las flores se abren más tarde y se cierran más temprano, una mañana decreta fríamente la matanza general y simultánea.

Reglamenta el trabajo de cada una de las obreras. Distribuye, de acuerdo con su edad, la tarea & las nodrizas, que cuidan las larvas y las ninfas; á las damas de honor que proveen al mantenimiento de la reina y no la pierden de vista; á las ventiladoras que azotando las alas ventilan, resfrescan ó calientan la colmena, y apresuran la evaporación de la miel demasiado cargada de agua; á los arquitectos, á los albañiles, á las cereras, á las escultoras que forman la cadena y edifican los panales; á las saqueadoras que salen al campo en busca del néctar de las flores que se convertirá en miel, el polen que sirve de alimento á las larvas y las ninfas, el propóleos que sirve para calafatear y consolidar los edificios de la ciudad, el agua y la sal necesarias para la juventud de la nación. Impone su tarea á las químicas que garantizan la conservación de la miel instilando en ella, por medio de su dardo, una gota de ácido fórmico; á las tapadoras que sellan los alvéolos cuyo tesoro está maduro; á las barrenderas que mantienen la me-