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la hora de la partida. Desde lo alto hasta el pie de los dorados pasadizos que separan las paredes paralelas, las obreras se ocupan en terminar los preparativos del viaje. Y en primer lugar, cada una carga con una provisión de miel suficiente para cinco ó seis días. De la miel que se llevan sacarán, por medio de una química que aún no se ha explicado claramente, la cera necesaria para comenzar acto continuo la construcción de los edificios. Se proveen, además, de cierta cantidad de propóleos, especie de resina destinada á calafatear las rendijas de la nueva morada, á fijar lo inseguro, á barnizar los tabiques, á excluir toda luz, porque les agrada trabajar en una obscuridad casi completa, en la que se dirigen gracias á sus ojos de facetas ó quizá á sus antenas, que se suponen asiento de un sentido ignoto para palpar y medir las tinieblas.

VIII

Saben, pues, prever las aventuras del día más peligroso de su existencia. Hoy, en efecto, entregadas á las preocupaciones y á los azares quizá prodigiosos del gran acto, no tendrán tiempo de visitar los jardines y los prados, y mañana, pasado, es posible que sople viento ó llueva, que sus alas se hielen y que las flores no se abran. Sin esta previsión las aguardaría el hambre y la muerte. Nadie acudiría en su socorro, y no solicitarían el socorro de nadie. De ciudad á ciudad ni se conocen ni se ayudan