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alto de una montaña, viera ir y venir por las calles y las plazas públicas de nuestras ciudades, los pequeños puntos negros que somos en el espacio, se formaría ante el espectáculo de nuestros movimientos, de nuestros edificios, de nuestros canales, de nuestras máquinas, una idea exacta de nuestra inteligencia, de nuestra moral, de nuestra manera de amar, de pensar, de esperar, en una palabra, de nuestro ser íntimo y real?

Se limitaría á determinar algunos hechos bastante sorprendentes, como lo hacemos en la colmena, y sacaría de ellos probablemente, consecuencias tan inciertas, tan erróneas como las nuestras.

En todo caso, mucho le costaría descubrir en «nuestros pequeños puntos negros» la gran dirección moral, el admirable sentimiento unánime que brilla en la colmena. «¿Adónde van ?»se preguntaría después de habernos observado durante años ó siglos,—¿qué hacen? ¿obede»cen á algún dios? No veo nada que conduzca sus pasos. Un día parecen edificar y amontonar pequeñas cosas, y al día siguiente las destruyen y desparraman. Van y vienen, se reunen y se >dispersan, pero no se sabe lo que desean. Ofrecen una multitud de espectáculos inexplicables.

Algunos hay, por ejemplo, que no hacen movi»miento alguno. Se les reconoce por su pelaje >más lustroso; á menudo son también más vo»luminosos que los demás. Ocupan mansiones »diez ó veinte veces más vastas, más ingeniosa»mente ordenadas y más ricas que las moradas comunes. Hacen todos los días en ellas comidas