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del centro, recorre enajenada, jadeante, la superficie de la vehemente muchedumbre que gira sobre sí misma. Lo hace para apresurar ó para retardar la partida? ¿Ordena ó implora? ¿Propaga la prodigiosa emoción ó la recibe? Parece bastante evidente, según lo que sabemos de la psicología general de la abeja, que la enjambrazón se hace siempre contra la voluntad de la soberana. En el fondo, la reina es para las ascéticas obreras, sus hijas, el órgano del amor, indispensable y sagrado, pero algo inconsciente y á menudo pueril. Así es que la tratan como & una madre bajo tutela. Tienen hacia ella un respeto, una ternura heroica y sin límites. Para ella se reserva la miel más pura, especialmente destilada y casi enteramente asimilable. Tiene una escolta de satélites y de lictores, según la expresión de Plinio, que vela por ella día y noche, facilita su trabajo materno, prepara las celdillas en que ha de poner, la mima, la acaricia, la alimenta, la asea, hasta absorbe sus excrementos. Al menor accidente que le ocurra, la noticia vuela de abeja en abeja, y el pueblo se atropella y se lamenta. Si se la saca de la colmena, y las abejas no pueden tener la esperanza de reemplazarla, sea porque no ha dejado descendencia predestinada, sea porque no hay larvas de obreras de menos de tres días (porque cualquier larva de obrera que tenga menos de tres días puede, gracias á una alimentación especial, transformarse en ninfa real, gran principio democrático de la colmena que compensa las prerrogativas de la predestinación materna), si en