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semejantes circunstancias se la toma, se la aprisiona y se la lleva lejos de su mansión, comprobada su pérdida—á veces pasan dos ó tres días antes de que la sepa todo el mundo, tan vasta es la ciudad, el trabajo cesa ó poco menos en todas partes. Se abandona á los pequeñuelos, numerosísimas obreras andan de aquí para allá en busca de la madre, otras salen desaladas á ver si la encuentran, las guirnaldas de obreras ocupadas en construir los panales, se rompen y disgregan, las saqueadoras no visitan ya las flores, la guardia de la puerta deserta de su puesto, y las rateras extrañas y todos los parásitos de la miel, perpetuamente al acecho de una coyuntura favorable, entran y salen libremente sin que nadie piense en defender el tesoro codiciosamente acumulado. Poco á poco la ciudad se empobrece, se despuebla, y sus habitantes, desalentados no tardan en morir de tristeza y de miseria, aunque frente á ellas se abran y brillen todas las flores del verano.

— Pero que se les restituya la soberana antes que su pérdida haya pasado á la categoría de hecho consumado é irremediable, antes que la desmoralización sea demasiado profunda (las abejas son como los hombres: una desgracia y una desesperación prolongada rompen su inteligencia y degradan su carácter), que se la restituyan pocas horas después, y la acogida que le hagan será extraordinaria y conmovedora.

Todas se apresuran á rodearla, se amontonan, trepan unas sobre otras, la acarician al pasar con sus largas antenas que contienen tantos órga-