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nos todavía inexplicados, le ofrecen miel, la escoltan en tumulto hasta las habitaciones reales.

Al punto el orden se restablece, el trabajo se reanuda de los panales centrales de los huevecillos hasta los más lejanos anexos en que se hacina el sobrante de la cosecha, las recolectoras salen en filas negras y vuelven á veces menos de tres minutos después, cargadas ya de néctar y de polen, los rateros y los parásitos son expulsados ó hechos pedazos, bárrense las calles, y la colmena resuena dulce y monótonamente con el cántico dichoso y especialísimo, el canto íntimo de la real presencia.

XVIII

Se tienen mil ejemplos de esa adhesión, de esa abnegación absoluta de las obreras hacia su soberana. En todas las catástrofes de la pequeña república, la caída de la colmena ó de los panales, la grosería ó la ignorancia del hombre, el frío, el hambre, la enfermedad misma, si el pueblo perece á montones casi siempre la reina se salva, y se la encuentra viva bajo los cadáveres de sus fieles hijas. Es que todas la protegen, facilitan su fuga, le forman con sus cuerpos una muralla y un abrigo, le reservan el alimento más sano, y las últimas gotas de miel. Y mientras le queda un átomo de vida, cualquiera que sea el desastre, el desaliento no entra en la ciudad de las «castas bebedoras de rocío.» Romped sus panales veinte veces seguidas, quitadles