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veinte veces sus hijos y sus víveres, y no lograréis hacerlas dudar del porvenir, y diezmadas, hambrientas, reducidas á una pequeña tropa que apenas puede disimular á la madre á los ojos del enemigo, reorganizarán los reglamentos de la colonia, proveerán á lo más urgente, se dividirán de nuevo la tarea de acuerdo con las necesidades anormales del momento desgraciado, y reanudarán inmediatamente el trabajo con una paciencia, con un ardor, con una inteligencia, con una tenacidad que no se hallan á menudo hasta ese grado en la Naturaleza, aunque la mayor parte de los seres muestren en ella más confianza que el hombre.

Para alejar el desaliento y mantener su amor, no se necesita siquiera que la reina esté presente, basta con que al morir ó al marcharse haya dejado la más frágil esperanza de descendencia.

«Hemos visto—dice el venerable Langstroth, uno de los padres de la apicultura moderna,hemos visto una colonia que no tenía suficien»tes abejas para cubrir un panal de diez centímás valor metros cuadrados, tratando de criar una reina.

»Conservaron esta esperanza durante dos semanas enteras; al fin, cuando su número había >quedado reducido á la mitad, la reina nació, pero sus alas eran tan imperfectas que no pudo volar. Aunque fuera impotente, las abejas no la trataron con menos respeto. Una semana »después sólo quedaba una docena de abejas; por fin, algunos días más tarde, la reina desapareció, dejando en los panales algunas in>felices inconsolables.»