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XIX

He aquí, entre otras muchas, una circunstancia nacida de las inauditas pruebas por que nuestra intervención reciente y tiránica hace pasar á las infortunadas pero inquebrantables heroinas, y en la que se ve á lo vivo el último acto del amor filial y de la abnegación: Más de una vez, y como todo aficionado á abejas, he hecho que me manden de Italia reinas fecundadas, porque la raza italiana es mejor, más robusta, más prolífica, más activa y más mansa que la nuestra. Esos envíos se hacen en cajitas llenas de agujeros. Pónense en ellas algunos víveres, y la reina se encierra acompañada por cierto número de obreras, elegidas hasta donde es posible, entre las de más edad (la edad de las abejas se reconoce fácilmente, pues, cuando enve jecen, presentan el cuerpo más liso, enflaquecido, casi calvo, y sobre todo las alas gastadas y desgarradas por el trabajo), para alimentarla, cuidarla y velar por ella durante el viaje. Muy á menudo encontrábame con que la mayoría de las obreras había sucumbido. Una vez, todas habían muerto de hambre; pero, como de costumbre, la reina estaba intacta y vigorosa, y la última de sus compañeras había perecido ofre ciendo probablemente á su soberana, simbolo de una vida más preciosa y más vasta que la suya, la última gota de miel que tenía reservada en el fondo del buche.