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tujo obscuro, la antigua «maestra», como también se la llama, flaca y baldada. Parece que en esos casos, las abejas han tenido que protegerla hasta el fin contra el odio de su vigorosa rival que sólo sueña en su muerte, porque las reinas sienten entre sí un horror invencible que las hace precipitarse la una sobre la otra apenas se haIllan dos bajo el mismo techo. Fácilmente se creería que aseguran de ese modo á la más vieja una especie de retiro humilde y tranquilo, para que acabe sus días en un rincón olvidado de la ciudad. Tocamos aquí, de nuevo, en uno de los mil enigmas del reino de la cera, y tenemos oportunidad de comprobar una vez más, que la política y las costumbres de las abejas no son en manera alguna fatales y estrechas, y obedecen á muchos móviles más complicados que los que creemos conocer.

XXIV

Pero los hombres turbamos á cada instante las leyes de la Naturaleza que deben parecerles más inquebrantables. Todos los días las ponemos en la misma situación en que nos encontraríamos si alguien suprimiese bruscamente en torno nuestro las leyes de la gravedad, del espacio, de la luz ó de la muerte. ¿Qué harán, pues, si introducimos fraudulentamente una segunda reina en la ciudad? En el estado natural, y gracias á las centinelas de la entrada, este caso no se les ha presentado jamás desde