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. 68que vinieron al mundo. Pero no por eso se aturđen, n, y saben conciliar lo mejor posible, en tan prodigiosa coyuntura, dos principios que respetan como órdenes divinas. El primero es el de la maternidad única, que no se tuerce jamás, fuera del caso (y como excepción exclusiva para ese caso) de esterilidad de la soberana reinante. El segundo es más curioso aún, pero si bien no puede ser conculcado, permite que se le orille judaicamente, por decirlo así.

Ese principio es el que reviste de una especie de inviolabilidad á toda reina, cualquiera que ella sea. Sería fácil para las abejas traspasar á la intrusa con mil dardos emponzoñados; pe recería inmediatamente, y ya sólo tendrían que arrastrar su cadáver fuera de la colmena. Pero, aunque tengan el aguijón siempre pronto, aunque se sirvan de él á cada instante para combatir entre sí, para matar los machos, los enemigos ó los parásitos, jamás lo sacan contra una reina, del mismo modo que las reinas no desnudan jamás el suyo contra el hombre, ni contra los animales, ni contra una abeja común; y su arma regia, que en lugar de ser recta como la de las obreras, es encorvada como una cimitarra, no se desenvaina sino cuando se trata de combatir con una igual, es decir, con una reina.

Como, verosímilmente, ninguna abeja se atreve á asumir el horror de un regicidio directo y sangriento, en todas las circunstancias en que importa al orden y á la prosperidad de la república que una reina perezca, se esfuerzan por