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no entristecer y agriar los minutos indispensables para su sostenimiento, sino como un gran deber común, severamente dividido, hacia un porvenir que retrocede sin cesar desde el principio del mundo. Cada uno renuncia en ella á más de la mitad de su felicidad y de sus derechos. La reina dice adiós á la luz del día, al cáliz de las flores y á la libertad; las obreras al amor, á cuatro ó cinco años de vida y al consuelo de ser madres. La reina ve su cerebro reducido á la nada en provecho de los órganos de la reproducción, y las trabajadoras ven que estos últimos órganos se atrofian en beneficio de su inteligencia. No sería justo sostener que la voluntad no tiene parte alguna en estos renunciamientos. Verdad es que la obrera no puede variar su propio destino, pero dispone del de todas las ninfas que la rodean que son sus hijas indirectas. Hemos visto que si cualquier larva de obrera es alimentada y alojada según el régimen real, puede convertirse en reina, y del mismo modo, que si se cambiara de alimentación y se redujera la celda á cualquier larva real, se la transformaría en obrera. Estas prodigiosas elecciones se practican todos los días en la penumbra dorada de la colmena. No se efectúan al azar, sino que las hace una sabiduría cuya lealtad, cuya gravedad profundas sólo puede burlar el hombre, sabiduría siempre despierta, que las hace ó las deshace teniendo en cuenta todo cuanto pasa fuera de la ciudad y todo lo que ocurre entre sus paredes. Si domina imprevista abundancia de flores, si la colina ó -