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Han abandonado, además del enorme tesoro de cera, de propóleos y de polen acumulado por ellas, cerca de ciento veinte libras de miel, es decir, doce veces el peso del pueblo entero, cerca de seiscientas mil veces el peso de cada abeja, lo que representaría para el hombre cuarenta y dos mil toneladas de víveres, toda una flotilla de grandes buques cargados de alimentos más preciosos y más perfectos que cuantos conocemos, porque la miel es para las abejas algo como de vida líquida, una especie de quilo inmediatamente asimilable, y casi sin desperdicio.

Aquí, en la nueva morada, no hay nada, ni una gota de miel, ni un jalón de cera, ni un punto de referencia, ni un punto de apoyo : la desolada desnudez de un monumento inmenso que no tuviera' más que el techo y las paredes exteriores. Los muros, circulares y lisos, no contienen más que sombra, la bóveda monstruosa se ahueca en lo alto sobre el vacío. Pero la abeja no sabe lo que son inútiles lamentaciones, en todo caso no se detiene á hacerlas. Su ardor, lejos de abatirse ante una prueba que triunfaría de cualquier valor, es más grande que nunca. Apenas se ha levantado y puesto en su lugar la colmena, apenas comienza á apaciguarse el desorden de la caída tumultuosa, cuando ya se ve operarse en la mezclada multitud una división completamente inesperada.

La parte mayor de las abejas, como un ejército que obedeciera órdenes precisas, comienza á trepar en espesas columnas á lo largo de las pa-