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Se mira el conjimto y se siente a aquellos hombres de la civilización más primitiva, acercándose al principio del mundo, y abarcando mejor hacia adelante la plenitud del tiempo, con la conciencia de interpretar en piedra la eternidad. Los pilones formidables, vueltos ceñudos como para resistir el asalto de la noche, los colosos de Kamsés, las columnas de los diversos patios, las bocas de las capillas, el obelisco, todo se cubre de luces y de sombras. Y esos juegos se animan, viven, son los sucesores de las nubes de perfumes, de los relámpagos de las iniciaciones, de la hoguera de los sacrificios ; ellos bajan, suben, iluminan, ocultan, esculpen, desvanecen, y únicos oficiantes, dicen que el sol no olvida los viejos altares de un templo elevado a su gloria. Y bandadas de pájaros prestan voz a los ritos silenciosos de las luces y las sombras, y sobre columnas, pórticos y estatuas, saltan, gorjean, chillan, sobre todo en los altos capitales, donde los últimos lampos del día se evaporan en áureo polvo.

Repentinamente, en el blanco alminar estalla el issam anunciando la plegaria de la tarde. La proclamación cruza como flechazo por el aire entre la algarabía, espantada un tanto por la voz del sacerdote. ¿ Cómo suena el nombre de Alá ante los espectros de los viejos faraones?