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LAS FUERZAS EXTRAÑAS

quecillo de nopales y de granados. Mil mulsumanes defendíanse allí esperando auxilios de Cesárea ó de Solima. Los fosos estaban llenos de agua y levantados los rastrillos, que apenas dejaban paso alas partidas de merodeadores,

Wilfrido de Hohenstein, despojado de sus armas, fué traído ante el señor de la ciudadela. Era éste un musulmán de ojos aguilenos y perfil enérgico como un hachazo.

—Perro, le dijo apenas le tuvo á su alcance; ya sabemos la situación de vuestros soldados que mueren de sed bajo los muros de Solima. Dime, pues lo sabes, si los cristianos abrigan todavía esperanzas.

Una sonrisa heroica iluminó la juventud del caballero.

—Sarraceno, replicó; los condes de Flandes y de Normandía acampan al norte, allá mismo donde fué apedreado san Esteban ; Godofredoy Tancredo están al Occidente; el conde de Saint-Gilíes al sur, sobre el monte Sion. Ya sabes dónde se hallan nuestras tropas, y también que los soldados ele Cristo no retroceden. Pues bien, óyelo Sarraceno: Antes de un mes, los soldados de Cristo entrarán en Jerusalén por el norte, por el occidente y por el mediodía.

Abu-Djezzar rugió de rabia.