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trañables, se volverían morlés de morlés por su semejanza. Estaba en ánimo de hospedarme en el mercado, junto a nuestra antigua casa; pero adverti que la escuela, donde una reverenda anciana habia juntamente engolosinado nuestra niñez, estaba trocada en tienda. Recordé el desasosiego, los lloros, el atolondramiento y los apuros padecidos en la zahurda... No daba paso en que no me embelesase; un peregrino en la Tierra santa no hace tanto caudal de arranques espirituales, y con dificultad sentirá tan conmovidas sus entrañas. Vaya un rasgo por miles. Anduve rio abajo hasta un corralón; éste, solia ser por lo más mi rumbo y el lugarcillo donde los muchachuelos nos ejercitábamos a cuál hacia rebrincar más las chinas por la corriente. Recordé intensísimamente, cuando solia plantarme a la orilla, con cuán vehementes corazonadas seguia el raudal, qué pintorescas me representaba las comarcas por donde habia de pasar, y qué pronto quedaba atajada mi fantasia; y, sin embargo, debia tramontar más y siempre más, hasta que venía a confundirme en la perspectiva de una lejanía inapeable. Hazte cargo, amado mio, de que tan limitados y tan venturosos eran nuestros antepasados, y tan aniñada su sensibilidad y su poesia. Cuando Ulises habla del piélago inmenso y de la tierra sin límites, esto es propio, humano, intimo, ceñido y entrañable. ¿Qué me importa el que pueda repetir con cualquiera estudiantillo que esto es una bola? El hombre emplea pocos terrones para su regalo, y menos para su descanso.