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cias, trató de violentarla a viva fuerza; no sabia lo que le había sucedido; y ponía a Dios por testigo, de que siempre se habia portado lealmente en sus miras para con ella, y nada anhelaba tan ansiosamente como el desposarse y pasar la vida en su compañía. Tras estas razones, empezó a tartamudear como si le quedase por decir lo que no se determinaba a expresar, y por fin me confió con encogimiento que le había consentido algunas demasias, y casi había acabado de favorecerle. Se interrumpió dos o tres veces; y, redoblando vivísimas protestas de que en nada quería tildarla, se ratificó en que la amaba y apreciaba como antes, que nunca la habia tomado en boca, y lo decía solamente para persuadirme de que no era un hombre ruin ni insensato...

Y aquí, querido mio, vuelvo a mi cantinela de tabla; ¡asi pudiera representarte el hombre, como se me aparecía y se me está todavia apareciendo! ¡Asi acertase a decirtelo todo, para que te hicieses capaz de cuanto me interesaba y debia interesarme en su suerte! Ahora bien: tú sabes la mía, y me conoces, y, por tanto, sabes muy bien cuál es mi apego para con todo desventurado, y especialmente con éste.

Al repasar estos renglones, advierto que se me trascordó el paradero de la historia, que desde luego se deja adivinar. Resistióse la querida, sobrevino el hermano; con quien desde atrás estaba mal quisto, habiéndole mucho antes despedido de la casa, temeroso de que un nuevo enlace de la hermana defraudase a sus hijos de la herencia, que, no teniendo sucesión, estaban esperanzados de lograr;