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che en mis manos, leilo y sonreime. Preguntándome el motivo: La imaginación—exclamé—es un sobrehumano; he podido por un momento figurarme que se ha escrito por mi. Se desentendió, al parecer, con enojo, y callé.

6 de septiembre.

Asomó algún ceño hasta que deseché mi casaca azul y sencillita, con la que bailė por la vez primera, siendo pareja de Carlota, y que a la verdad iba estando deslucida: pero la he sustituído con otra absolutamente igual, hasta en collete y solapas, como también mi chupa y calzón amarillo.

No tendrá esto trascendencia; mas no sé... quizá con el tiempo me encariñe con ella.

12 de septiembre.

Ha estado algunos dias de viaje, en busca de su Alberto. Hoy entré en su cuarto, me salió al encuentro, y le besé la mano con mil glorias.

Un canario le voló del espejo a su hombro. Un amigo más—dijo—y lo atrajo a la mano. Es para mi niñito. ¡Es tan mono! ¿Ve usted? Cuando le doy pan, aletea y lo pica con garbo. También me besa, ¿ve usted?

Puesto en la boca, se desvivia tan cariñosamente tras los almibarados labios, como si alcanzase a disfrutar la bienaventuranzas que paladeaba.

<Béselo usted también—dijo—y me alargó el pajarillo. Volo boquiabierto de su boca a la mía, y el picoteo afectuoso fué como el ambiente y la sensación de un goce peregrino.