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que abarcaba en sus arranques el orbe todo? Y este pecho falleció; ya no hay derrames de afectos; se agotaron mis ojos; y mis sentidos, sin el pábulo vivificante de mis lágrimas, demudan angustiosamente mi rostro. Debo lastimarme, por cuanto he perdido el único regalo de mi vida, aquella sobrehumana y animadora pujanza, que me creó un mundo para mí; volo ya... ¡Cuando me asomo a ver cómo señorean las lejanas sierras y se remonta el sol, arrollando las nieblas y plateando las praderas, y el manso rio se desembosca sesgadamente de las arboledas desnudas!... ¡Oh! Cuando esta sublime naturaleza yace tan exánime para mi como un cuadro barnizado, y todos sus primores ni una gota de felicidad pueden exhalar de mi pecho hasta el cerebro, y toda mi máquina está en presencia del Altísimo como una fuente exhausta o como un cubo hendido... me arrojo al suelo y ruego a Dios por lágrimas, como un labrador por la lluvia, cuando el cielo so vuelve de bronce, y la tierra yace sedienta.

Pero, ¡ay!, me hago cargo de que el Señor dispone de riego o la serenidad, sin plegarias nuestras, y siempre que mi cavilación me atormenta, vuelvo a mis recuerdos pasados de cuando era tan venturoso, porque me avenía sufridamente a su voluntad, y cuanta dicha tenía a bien depararme, la recibía con pleno y entrañable agradecimiento.

8 de noviembre.

Me ha reconvenido por mis demasias... pero ¡con tanta amabilidad! Mis demasias, porque a veces, tras S WERTHER