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que en sobrellevar cada cual su carga y apurar su vaso? ¿Y fué el cáliz para el Dios del cielo en sus labios humanados tan amargo, para que yo me envalentonase, aparentando que me sabia dulce? ¿Y por qué me he de sonrojar en el trance pavoroso en que toda mi esencia zozobra entre el ser y el no ser, donde lo pasado relampaguea en la lobreguez de lo venidero, y en torno de mi todo se derroca, y se hunde conmigo el universo?... ¿Y no es esta la voz de un viviente, acosado hasta en su propio centro, desvalido y despeñado sin recurso, y que allá en lo intimo de sus entrañas se despacha por los extremos infructuosos de toda su pujanza? ¡Dios mío! ¡Dios mío! ¿Por qué me desamparas? ¿Me avergonzaré de mi invocación? ¿Por qué me he de sobresaltar por el trance de Aquel que todo lo alcanza, y arrolla y desarrolla el cielo como una tela?

21 de noviembre.

No ve, no alcanza, que me está preparando un veneno que ha de dar en tierra con entrambos; y yo, con tan regalada voluptuosidad, sorbo el cáliz hasta la hez, que me va a volcar a mi exterminio.

¿A qué viene esa mirada cariñosa que a menudo..o punto menos... a veces me clava, y el agrado con que agasaja la expresión de mis padecimientos, la lástima por mi sufrimiento, que se estampa en su rostro?

Ayer, al despedirme, tuvo a bien alargarme su mano y decirme: <Adiós, querido Werther»... ¡Querido Werther! Fué la vez primera que me llamó