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querido; expresión que se me encarnó hasta los tuétanos. Me la he repetido centenares de veces, y anoche, al ir a acostarme, y estando charlando conmigo mismo, maquinalmente prorrumpi una vez:

buenas noches, querido Werther, y no pude menos de echarme a reír de mi mismo.

22 de noviembre.

No puedo pedir a Dios que me la quite, y, sin embargo, se me aparece como mia. No me cabe articular: dámela... puesto que ya es ajena. Desbarro a diestro y siniestro con mis quebrantos; si me abandonara a ellos, escribiría una sarta de contradicciones.

24 de noviembre.

Se impresiona de cuanto padezco. Hoy mismo sus miradas me han traspasado las entrañas. Halléla sola, enmudeci, me miró. No vi en ella ni la hermosura peregrina, ni las chispas de aquel despejo exquisito... todo habia desaparecido a mis ojos. Otra mirada más sublime vino a flecharme, y fué la expresión de su entrañable interés, de su lástima en extremo halagüeña. ¿Cómo no me arresté a postrarme a sus plantas? ¿Cómo no osé estrecharla en mis brazos con millares de besos? Guarecióse en su piano, y con voz suave y apocada hermano armónicos acentos con sus ecos. Vi sus labios angélicos; estaban, como si se abrieran, sedientos para chupar las entonaciones que manaban de su instrumento, para redoblar la modulación que resonaba en su