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con dos agujas, se le tendía en trenza muy cuajada de toda la restante, por la espalda. Como, atendido su porte, era sujeto de muy mediana esfera, juzgué que no llevaria a mal hiciese alto en su incumbencia; y asi, le pregunté: ¿qué era lo que buscaba?

Busco—me contestó con un suspiro entrañableflores... y no las hallo. «No es la estación»—le repliqué sonriéndome. «¡Si hay tantas flores!—dijo, acercándoseme—; en mi jardín hay rosas y madreselvas de dos especies, como que la una es regalo del padre, y crecen como la cizaña; ando en pos de ellas hace dos días, y no puedo hallarlas. Por ahi hay a montón flores pajizas, azules y encarnadas, y la planta centáurea cría una flor bellísima. Ninguna encuentro.» Adverti su destemple, y con un rodeo le pregunté para qué eran las flores. Disparó en una risa desencajada, que le inmutó el semblante. No hay que descubrirme—dijo, apretándose los labios con un dedo—; tengo prometido un ramo a mi amor.»—Lo celebro en el alma—respondí—. «¡Oh!

—replicó—trae allá otros quehaceres, y es rica.» Sin embargo apetece—dije yo—su ramillete. «¡Oh —continuó—, ya tiene perlas y corona!>—¿Cómo se llama?— <Si quisieran pagarme mis estados—me dijo — sería yo otro hombre. Por cierto que algún tiempo estuve bien; ahora se a abó. Soy ahora...> Una mirada llorosa hacia el cielo. ¿Seria usted tan itliz?—dije—. ¡Ojalá lo fuera ahora!—respondió—.

Entonces estaba yo brioso, lozano, ágil, como el pez en el agua...» «¡Enriqu!—gritó una anciana, que venia de parte del camino. ¡Enrique! ¿Dónde es-