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tás? Te hemos andado buscando por mil parajes: ven a comer.> ¿Es vuestro hijo?—le pregunté, andando para ella. «Si, cierto—respondió—; es mi desdichado hijo. El Señor me ha cargado con una cruz bien pesada.» ¿Cuánto hace que está así? «Tan sosegado—dijo, como medio año. A Dios gracias, se halla tan mejorado, pues antes ha estado un año furioso, con la cadena en la casa de locos. Ahora a nadie incomoda; sólo que anda siempre con reyes y emperadores a vueltas. Era muy quieto y bondadoso; ayudaba a mantenerme, por ser gran pendolista; de repente se puso pensativo, le sobrevino calentura, enloqueció, y se halla cual usted lo está viendo.

Si yo me parase a contar, caballero. Atajéle el torrente, preguntándole cuál era aquel tiempo que él celebra, en que vivía tan feliz y se le hace todavia tan apetecible. <¡Pobre demente!—exclamó con una sonrisa compasiva—. Se refiere a la temporada en que estaba ido; es la que celebra; la de su permanencia en el hospital, en que se hallaba fuera de si. Esta expresión fué para mí un centellazo; púsele una monedilla en la mano, y la dejé arrebatadamente. «¡Cuando eras dichoso!—exclamé, atropellandome hacia el pueblo, en que te hallabas en tu elemento, como el pez en el agua... ¡Dios de los cielos! ¿Dispusiste que en la suerte del hombre no cupiese felicidad, sino antes del uso de razón o en su carencia? ¡Desdichado! Y sin embargo, ¡cuánto envidio el destemple y trastorno de potencias en que yaces! Tú andas esperanzado de coger flores para tu reina..., en el invierno..., y te desconsuelas por no