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desvalida esta alma sedienta... ¿Podrá un padre airarse de que su hijo vuelva inesperado, se arroje de improviso a sus brazos y exclame: <Aquí estoy otra vez, padre mio; no te enojes de que haya interrumpido las correrías que me impuso tu albedrío. > Por donde quiera es idéntico el mundo: quebrantos y afanes, galardón y complacencia. ¿Qué me importa? Hállome bien donde estás, y a tu vista me avengo a padecer y disfrutar... Y tú, Padre celestial adorado, ¿has de echarle de Ti?

1.° de diciembre.

¡Guillermo! El susodicho, el feliz desventurado, era escribiente en casa del padre de Carlota, y enamorado de ella, con reserva y a las claras, paró en el extremo de arrojarlo a la calle y enloquecer de resultas. Por estas palabras volanderas, te harás cargo del trastorno que se me ha apoderado con tal acaecimiento, el cual me ha referido Alberto con tanta calma como quizá lo estás tá leyendo.

4 de diciembre.

Te suplico... esto es hecho; no puedo más. Sentado hoy junto a ella... sentado, mientras tocaba el piano, variando sus sinfonías; y todo, ¿con qué expresión?... Todo!... ¡Todo!... ¿Qué te diré?... La hermanita aliñaba su muñeca sobre mis musics. Me enterneci, me incliné, dióme en rostro su anillo de desposada... fué mi lloro un lamento... Vino luego a parar en aquella antigua y sobrehumana sonata, en términos, que se internó en mi pecho una sensación