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El padre de Carlota habia enfermado, y envió su carruaje a la hija, que se fué en él con efecto. Hacia un día apacible de invierno; habia nevado por la primera vez con abundancia, y estaba el suelo cubierto.

Werther, la mañana siguiente, fué en su busca, por si Alberto no iba, con ánimo de acompañarla.

El tiempo despejado nada obraba en su angustiado corazón; un mortal desconsuelo le traspasaba; visiones melancólicas se abalanzaban a su espiritu, y todas sus alternativas eran de una en otra aprensión dolorosa.

Siempre desavenido consigo mismo; la situación de los demás le parecia también más arriesgada y tumultuosa, y creido de que habia alterado la armonia de los consortes se disparaba en reconvenciones contra sí, en las cuales tenia ya cabida algún desagrado con Alberto. Solia su pensamiento aferrarse en este objeto: «Si, si—se decia—, mordiéndose rabiosamente los labios; este es el trato llano, amistoso, entrañable, intimo con todos; esta la lealtad sosegada y duradera. Todo se reduce a saciedad y adormecimiento. ¿No le encarna más cualquier interés baladi que su amadísima y preciosísima esposa?

¿Acierta él a apreciar su propia dicha? ¿Palpa los quilates de su mérito? La atesora a sus anchuras. Lo sé, y sé también que me voy familiarizando con el pensamiento de que me va a enloquecer y a matar…..

¿Aguanta su amistad estas pruebas? ¿No estará viendo en mi pasión a Carlota una usurpación terminante de sus derechos en tantas atenciones para con