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y no pudo menos de ir diciendo a media voz, cuanto iba a representar al apoderado.

Al entrar en la estancia encontró a Alberto presente, lo que le atajó por el pronto; mas luego se rehizo, expuso al apoderado enardecidamente su dictamen. Este movió un tanto la cabeza; y por más que Werther alegase con suma vehemencia, pasión y propiedad, cuanto cabe en descargo de un reo, no hizo como se comprende, desde luego, la menor mella en el ánimo del juez. Cortóle y le contradijo resueltamente, tachándole de apadrinar a un asesino.

Le manifestó que por ese rumbo todas las leyes iban al través, se socavaba la seguridad de los Estados, y añadió que en semejante causa nada podía hacer sin cargar con una responsabilidad enorine, y que todo debía ceñirse al orden y a la marcha prescrita.

No se rindió Werther, sino que se redujo a pedir al apoderado que se desentendiese, si se trataba de ponerlo en salvo por medio de la fuga. Negóse también. Alberto, que por fin terció también en la conversación, se puso de parte del anciano. Werther tuvo que enmudecer, y se echó fuera con una aflicción horrorosa, luego que el apoderado le dijo terminantemente: «Nada; no cabe salvación.» Con cuánto extremo le traspasaron estas palabras, se echa de ver en un billetillo hallado entre sus papeles, escrito positivamente en el mismo dia.

«¡Conque no te has de salvar, desventurado! Ya estoy viendo que no hay salvación para nosotros.» Lo que Alberto habló por último en el asunto del reo, en presencia del Superior. fué lo que más indis-