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puso a Werther. Se le figuraron asomos de pasión contra él, y aunque, por sus reflexiones reiteradas, no se podia encubrir a sus alcances que, quizá los contrarios iban fundados, sin embargo, contraponiase a su intimo convencimiento, el tener que conformarse a su dictamen.

Una esquelilla sobre esto, y que quizá manifiesta sus relaciones todas con Alberto, se halló en sus borradores.

«¿De qué sirve estarme diciendo y repitiendo que es pundonoroso y leal, al paso que me descuartiza las entrañas? No puedo estar corriente con él.» Como el dia estaba apacible y el tiempo abonanzaba, se volvió a casa Carlota con Alberto a pie, y, entretanto, iba mirando a diestro y siniestro, como si echase de menos a Werther. Alberto se puso a hablar de él, y aun a vituperarle, por cuanto se estrellaba con la equidad, y luego, aludiendo a su aciaga pasión, se mostró deseoso de alejarlo. «Lo apetezco también—dijo—por amor de entrambos, y asi te suplico veas de que varie de conducta respecto de ti, menudeando menos sus visitas. Las gentes lo reparan, y me consta que andamos por ahí de hablillas.» Calló Carlota, y Alberto, calando su silencio, desde aquel punto no se lo nombró más, y si ella le mentaba, o no alternaba en la conversación, o la torcia hacia otros objetos.

La gestión infructuosa de Werther para el rescate del reo, fué el postrer destello de una luz apagadiza. Sumióse más en el quebranto y la inacción, y, sobre todo, salió de si cuando supo que se trataba WERTHER 9