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que soy ya propiedad ajena?... ¿Conmigo no más?

Yo acá estoy recelando que esta misma imposibilidad de poseerme es la que arrebata esos anhelos.» Retiró Werther la mano, mirándola con una vista resuelta y airada. —«¡Qué cordura!—exclamó—. ¡Suma cordura!¿Será Alberto el autor de tanta discreción?

Viva la maña, viva. —Esto se ofrece a cualquieracontestó Carlota; y ¿no ha de haber por ese mundo muchacha alguna que le hinche a usted sus medidas? Vénzase usted a si mismo y salga a la descubierta, que le juro no puede menos de dar con su hallazgo. Dias hace que angustia, por usted y por nosotros, ese emparedamiento en que usted se ha confinado esta temporada. Vénzase usted, pues, y un viajecillo esparcirá ese ánimo. Busque usted y halle un objeto acreedor a su cariño, y vuelto luego por acá, proporciónenos el goce de la fina intimidad.» «Plática — contestó Werther, sonriéndose con desvío, propia para darse a la estampa y servir de cartilla a los ayos. Carlota del alma, franquéeme usted un tanto de sosiego, y todo variará. —Con tal de que no venga usted, Werther, hasta la nochebuena.» En esto entró Alberto en el cuarto. Se saludaron friamente, y se pusieron a dar vueltas, todos cortados. Werther apuntó una especie cualquiera que se apuró al golpe. Otro tanto hizo Alberto, quien preguntó en seguida a su esposa por ciertos encarguillos, y entendiendo que no estaban corrientes prorrumpió en algunas expresiones, en dictamen de Werther, frias y aun ásperas. Queria irse y no acer-