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semanalmente, pagarles la limosna correspondiente a dos meses.

Hizose traer la comida al cuarto, y, acabado de comer, monto para ir a casa del apoderado, a quien no halló en casa. Dió vueltas muy pensativo por el jardin, y parece que se empeñaba en redoblar los recuerdos de todos sus quebrantos.

Los niños le dejaron poco rato en paz, se le abalanzaron y refirieron que a la mañana, y la otra y el dia de más allá, tendrían el aguinaldo de Carlota, abultándolo todo con su imaginación traviesa. «¡Con que mañana exclamó, y otra mañana, y luego un dia!»> Los besó a todos cariñosamente, y quiso desviarlos, cuando el menorcillo deseó decirle algo al oido. Le secreteó que los mayores tenian escritos tantísimos billetes para dar el feliz año nuevo; uno para el padre, otro para Alberto y Carlota, y otro para el señor Werther; y que iban a mandárselos el dia de Año nuevo por la mañana tempranito. Esto le volcó; dió una cosilla a cada uno, volvió a montar, encargo saludos para el anciano, y se marchó todo lloroso.

Vuelto a casa a las cinco, mandó a la muchacha que tuviese cuidado del fuego hasta la noche encargó al mozo que fuese colocando en el baúl la ropa blanca y los libros, y luego los vestidos; y entonces, probablemente, escribió el siguiente párrafo de su última carta a Carlota:

«No me esperas; crees que seré obediente, y no te he de ver ya hasta la Nochebuena. ¡Oh Carlota! Hoy o nunca. El dia de Nochebuena tendrás este papeli-