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llo en la mano; temblarás y lo bañarás con tus lágrimas preciosas. Quiero, debo... ¡Cuán bien hallado estoy con mi resolución!»


Carlota, entretanto, se hallaba en una situación indecible. Tras la última conversación con Werther, echó de ver cuán violenta le seria su separación, y cuán dolorosa su lejania.

Como por via de preparación, se había dicho que Werther no volveria hasta la Nochebuena en presencia de Alberto, quien se había marchado en busca de un empleado vecino para despachar un negocio, y no debia volver hasta la noche.

Sola, y aun sin sus hermanitas, Carlota se engolfaba en las cavilaciones, que le iban y venian sosegadamente.

Veiase enlazada para siempre con un hombre, cuyo cariño y lealtad estaba experimentando, de quien vivía entrañablemente prendada, cuya apacible confianza habia el cielo puesto a su cargo, y, como mujer discreta, debia cifrar alli toda su felicidad; palpaba cuanto trascendia su desempeño sin término, para sí y para sus hijos. Por otra parte, era tan estrecha su intimidad con Werther, y desde el punto de su primer encuentro había dejado asomar tal simpatía, fomentando luego con su trato y los varios trances sobrevenidos, que su afecto vino a encarnarle hondamente en el corazón. Habituada a comunicarle sus pensamientos y arranques todos de alguna entidad, amagábale su ausencia con un vacio mortal para siempre. ¡Si pudiera instantánea-