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Armin quedó abatido y solitario.
Y yo, aquel temerario,
En las lides flaqueo,
Y más en el pomposo galanteo.
Cuando entre cumbres la tormenta brama,
Cuando el norte alza el mar, y el aire inflama,
Me siento en la ribera estremecida,
Y contemplo la roca aborrecida,
Absorto en el fracaso,
Ya inclinada la luna hacia el ocaso,
Estoy viendo a mis hijos hermanados
Volar entre vislumbres, contristados...»


Prorrumpió Carlota en un torrente de lágrimas, y, para franquear algún desahogo a su pecho comprimido, atajó la canturria de Werther. Este soltó el papel, le asió la mano, y se la bañó en lágrimas de amargura. Carlota, apoyada sobre la otra, acudió luego con el pañuelo a enjugarse el llanto La conmoción de entrambos era violentisima. La suerte de los héroes era el retrato vivo de su desdicha, latia de mancomún en sus pechos, y sus lágrimas se juntaban. Abrazado Werther con Carlota, sus ojos y sus labios se enardecian; estremecióse, quiso huir Carlota, pero el quebranto y el interés la entorpecian y ataban cual una mole de plomo. Esforzó el aliento para rehacerse, y le suplicó encarecidamente, sollozando y con insistencias angelicales, que continuase. Trémulo Werther, con el pecho entumecido, alzó el papel y siguió interrumpidamente: