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¿Para qué, cefirillo, dispertarme?
¿Para qué con halagos engañarme?
Maná celeste mis sentidos baña;
El plazo vuela y mi verdor empaña;
Ya asoma la tormenta
Y brama y se acrecienta,
Y llega y me despoja
De mi lozana hoja.
Mañana ha de venir el viandante
Que logró verme en mi beldad brillante.
Su vista con ahinco ha de buscarme,
Y otea la campiña, y no ha de hallarme.


La pujanza toda de estas palabras se desplomó sobre los desventurados. El se arrojó desesperadamente a Carlota, le asió las manos, las estrechó contra sus ojos y su frente, y le estampó como un arranque de su propósito pavoroso que se le apoderó del alma. Carlota, fuera de si, le apretó las manos, las estrechó contra su seno, inclinósele con un impulso entrañable, y tocáronse sus mejillas. El mundo desapareció para ellos. Enlazóla Werther en sus brazos, estrechóla a su pecho, y estampóle, en sus labios trémulos y tartamudos, desaforados besos. «¡Werther!--exclamó ella con la voz anudada, desviándose—. ¡Werther!» Y le apartaba blandamente el pecho del suyo. ¡Werther!--clamaba con el tono apocado de un arranque pundonoroso. No se aferró; desenlazándose de sus brazos, se postró a ciegas a sus plantas. Levantóle Carlota, y, con ansioso trastorno, en el vaivén del cariño y de la ira, dijo: «Esta