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desenmudeciese, y que tan inoportuna e inesperadamente le hiciese aquella manifestación? Desde luego se recelaba que la mera participación de la visita de Werther habia de amargarle, cuanto más la relación del impensado trance. ¿Podia vivir esperanzada de que el marido lo tomaría, sin rastro de preocupación anterior, bajo un sesgo favorable? ¿Y podia apetecer que la sondease y registrase sus interioridades? ¿Y, en fin, acertaría a ocultarse para con un hombre, ante quien, como en un espejo, se retrataban siempre los más recónditos arcanos de uno y otro? Y luego su mayor afán, su conflicto sumo era volver el pensamiento a quien yacia desahuciado, a aquel Werther que no podia echar de si al desventurado que le era forzoso abandonar, y que, en habiéndola perdido, ya nada le venía a quedar.

1 ¡Cuán arduo aparecia lo que, por el pronto, no alcanzara a comprender, esto es, el encuentro de ambos en ella, el desacuerdo firme y decidido. Unos hombres tan cuerdos y bondadosos se habian reservado las desavenencias intimas, y ateniéndose siempre a la razón propia y a la sinrazón ajena, se enmarañaban y entretejian las disensiones en tal extremo, que se imposibilitaba el desanudarlas y aislarlas en el trance critico. Si una confianza mutua y venturosa se hubiese antes entablado, donde el cariño y la previsión estuviesen siempre alertá para atajar los descarrios del corazón, quizá nuestro amigo aportara a salvamento.

Mediaba la circunstancia de que Werther, como