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nos consta por sus cartas, no embozaba su anhelo de quitarse de en medio. Solia contrastárselo Alberto, y aun había sido materia de conversación repetidamente entre los consortes. Alberto, de suyo mal hallado con el intento, varias veces allá con cierta vehemencia, ajena de su temple, habia dado a entender que no le cabian en la cabeza las veras con que solia aparentar semejante propósito; por tanto, se habia propasado a ciertas chanzas, franqueando sus escasas creederas con Carlota. Bajo cierto viso, se sosegaba entonces su espíritu, despavorido con sus aprensiones; por otra parte se consideraba asi atajada, en su ánimo de comunicar a su esposo el afán que la martirizaba.

Llegó Alberto, y le salió Carlota arrebatadamente al encuentro; estaba alterado por el malogro del negocio que traía con un vecino empleado, que se le mostró tacaño e inflexible; y lo trabajoso del camino le había indispuesto de remate.

Preguntó si habia novedad, y ella le contestó apresuradamente: «Werther estuvo anoche.» Preguntó por sus cartas, y le dijo que había algunas con otros pliegos en su cuarto. Subióse a él, y Carlota se quedó sola. La presencia de un marido, a quien queria y reverenciaba, habia causado nueva impresión en su interior. La consideración de su pundonor su cariño y su bondad, habia serenado su ánimo, y le suscitó el arranque de seguirle; tomó su labor, y se subió a su estancia, como solía hacerlo. Hallóle afanado en abrir y leer sus pliegos, y no todos, al parecer, eran de su agrado: hizole Carlota 4