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digaos el Altísimo! Mis asuntos quedan todos corrientes; nos volveremos a ver más complacidos.

»Portéme mal contigo, Alberto, y me habrás de indultar. He alterado la paz de tu casa con la cizaña de la desconfianza. Adiós; esto llegó a su término. ¡Así con quitarme yo de en medio vinieses a ser dichoso! Alberto, Alberto, haz feliz a ese ángel y que la bendición del Señor se perpetúe en tu morada. »


Anduvo todavia papeleando por la noche; hizo una porción de pedazos y los arrojó a la lumbre; cerró un pliego con el sobre a Guillermo. Contenia ciertos bosquejillos y pensamientos sueltos, habiendo tal cual de ellos llegado a mis manos. Luego, como a las diez, mandó avivar el fuego y traerle una botella de vino; haciendo que se acostase el criado, que tenia su dormitorio como los demás huéspedes, desviado a la espalda, el cual se echó vestido, por cuanto le había dicho su amo que a las séis de la madrugada acudirian a la puerta los caballos de la posta.

Después de las once

«Todo en torno de mi está sosegado al par de mi espiritu. Doite gracias, mi Dios, porque en este último trance me franqueas tan denodado brío.

»Me asomo, dueño mio, y allá estoy viendo entre los nubarrones revueltos y tempestuosos, tal cual estrella del cielo sempiterno. No caeréis, no; el Hacedor os abriga... como a mi... en su pecho. Estoy allá viendo las estrellas delanteras del carro, mis as-