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reciame ser yo más de lo que era, por cuanto era todo lo que ser podía. ¡Dios mío! ¿Holgaba entonces una sola facultad de mi alma? ¿Con ella no me era obvio el desentrañar aquella sensibilidad asombrosa con que abarca mi pecho la naturaleza entera? ¿No era nuestro trato un entretejido perpetuo de arranques recónditos y de agudisimas aprensiones, cuyo temple tosco o selecto llevaba en sus extremos el sello del numen?... ¡Ah! ¡Me aventajaba en años, y se me anticipó al sepulcro! No la olvidaré, ni mucho menos su sólido tino y su sobrehumano sufrimiento.

Hace poco me encontré con un joven, B..., mozalbete desenvuelto, de aventajada estampa, recién desembarcado de la Academia, y aunque no se conceptúa ya sabio, se sobrepone, desde luego, en saber a los demás. Se estudió conmigo, según mi cuenta, y en suma está adelantadillo. Sabedor de que yo era dibujante y helenista (fenómenos ambos en el país), se vino para mí, y desembuchó a mares su erudición, desde Batteux a Wood, desde Piles a Winkelman, y me espeto que se había mamado muy por entero la primera parte de la Teoría de Sulzer, y que atesoraba un manuscrito de Heyne sobre el estudio del antiguo. Todo me pareció de perlas También se me ha deparado el trato del apoderado del príncipe, sujeto excelente, sano y naturalisimo. Cuentan que es una gloria el verle embullado con sus hijitos, que son hasta nueve, descollando entre todos sobremanera su niña mayor. Me ha brindado con su casa, y voy un día de éstos a visitarle. Habita como a legua y media de aquí, en la