Ya te noticié cómo habia entablado trato con el apoderado S..., quien me instaba para visitarle en su ermita, o, más bien, en su reinecillo. Lo iba dilatando, y quizá no se realizara, a no haberme descubierto el acaso la preciosidad que atesoran estas apacibles campiñas.
Nuestros mozalbetes habian dispuesto en el campo un baile, a que asistí gustoso. Me brindé por pareja a una bondadosa, agraciada, pero sosísima señorita del país, y quedamos apalabrados en tomar yo un carruaje y acudir con mi bailarina y su tia, al paraje de la función, recibiendo al paso a Carlota S... «Va usted a conocer una linda señorita—me dijo la compañera—; tenemos que ir atravesando el bosque desmochado para llegar a la quinta.» «Sobre todo—dijo la tia—no hay que dejarse flechar.» «¿Y por qué?—dije—. Porque está apalabrada — me contestó—con un excelente sujeto que se halla de viaje para el arreglo de sus negocios, por haber muerto el padre. y tener que agenciarse un cuantioso establecimiento.» El aviso me pasó de largo.
Habría aún cuatro horas de sol, cuando llegamos a la puerta. El ambiente estaba bochornoso y las damas se explicaban con zozobra de tormenta, por los nubarrones pardos y lóbregos que se iban encastillando por los aires. Yo trampeaba sus temores, aparentando anuncios favorables, a pesar de mi corazonada de que iba a aguarse nuestro recreo.
Habiame yo apeado, cuando asomó a la puerta una muchacha pidiéndonos que nos aguardásemos un poquillo, pues la señorita Carlota venia al mo-