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cierto—respondió Carlota—, porque no me gusta; así puede usted recogerlo, y a fe que el anterior allá se iba. Manifesté mi extrañeza, y le pregunté qué especie de libros eran, y me contestó (1)... Hallé tanto tino en cuanto dijo, y vi en cada palabra nuevos primores, nuevos destellos del alma que brota por su semblante, y que luego se fué complaciendo en explayarlos, hecha cargo de que yo los calaba por puntos.

Cuando yo era más niña—añadió—me desvivia por las novelas. Sabe Dios cómo estaba en mis glorias cuando los domingos, arrinconadita, me empapaba con toda el alma en las dichas o fracasos de una Juanita, o lo que fuere. Confieso que este género literario aun tiene para mí atractivo. Pero ya que escasee mi lectura, ha de ser de mi paladar; y aquel autor se me hace más apreciable, con el cual me hallo entre los míos, con los cuales sucede lo que conmigo, y cuya historia me es tan amena y entraňable como mi vida intima, en la cual, si no hallo un paraiso, es en suna un manantial de indecibles logros.> Me ahinqué en encubrir mi conmoción tras estas expresiones. El vaivén fué breve, pues la oi hablar con propiedad, y como de paso, del cura de Wake(1) Consideramos preciso el cercenar este paso, para no causar malos ratos a nadie; aunque, en suma, los autores no debieran hacer gran caudal del fallo de una niña aislada o de un hombrecillo novel.