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otras, todavía más fuera de si, ni aun conservaban entereza para rechazar la travesura de nuestros perillanes, que acudian ansiosos a los labios de las hermosuras angustiadas, para coger las plegarias que estaban exhalando al cielo. Algunos de los caballeros se marcharon abajo para fumar la pipa a sus anchuras, y a los demás nada se les ofrecía, cuando la huéspeda tuvo la acertada ocurrencia de encaminarnos a una estancia con ventanas y persianas. No bien habiamos entrado, cuando Carlota fué formando un cerco de sillas, y habiéndose todos sentado a su instancia, entabló un juego.

Fui reparando a varias que, al eco de una prendecilla chabacana, fruncían ya sus labios, y como se desperezaban, jugamos por números—dijo la jefa—¡atención!—Sigo el cerco de derecha a izquierda, y todos han de ir contando, cada cual según el número que le quepa, hasta mil, con el bien entendido, que quien vacile o se equivoque, lleva un sopapo. Todos nos pusimos alerta, y fué dando vueltas al circulo con los brazos abiertos. El primero, por supuesto, era uno; el segundo, dos; el tercero, tres, y así de los demás. Empezó luego la función; apresurándose más y más por puntos... Se descuidaba uno, zás, bofetón; grandes risadas; al siguiente, zás, y siempre redoblando. También a mí me cupo mi par de sopapos, y allá, en mis adentros, me sirvió de complacencia el reparar que me habia descargado más recio que a los demás. Una carcajada y alboroto general acabó con el juego, antes que se acabalase el millar. Los intimos se fueron de